Infernum Z II
Hola!!!
Tal y como os prometí, no he dejado
de trabajar en la segunda entrega de “Infernum Z” y salvo
apocalipsis mundial (otro más) podréis disfrutar de ella este
verano y ya puedo adelantaros que será tan larga como la anterior,
con mucha acción y con ese toque de humor que caracteriza a los
españoles y que de forma tan natural, como incomprensible para
nuestros sosainas vecinos del Norte de Europa, aflora en todos
nosotros cuando las cosas se complican.
Y como reflejo de ello, en esta nueva
entrega hacen su aparición los habitantes de San Cabritos de Arriba;
una hermosa villa en la que todos sus vecinos sobrellevan como mejor
pueden el día a día de un apocalipsis zombi y, a su vez, los zombis
sobrellevan como pueden las extrañas y rudas costumbres de los
Cabriteños.
Permitidme que os deje unas páginas
a modo de ejemplo...
San Cabritos de Arriba. Tres meses antes.
Sin
lugar a dudas, tanto
a la vista, como a la mente, la
villa medieval de San Cabritos de Arriba
es un lugar particularmente hermoso por los muchos tesoros que
alberga. El primero de ellos es el entorno natural en el que está
situada, un diminuto valle con una leve elevación justo en su
corazón y sobre la que orgullosa y desafiante se alza la recia
muralla de piedra que arropa casas y calles que parecen trasladar
diez siglos atrás a los escasos turistas que atraviesa la imponente
puerta medieval.
Y
el segundo, es su larga e interesante historia.
Según
consta en los archivos municipales ubicados en la cuadra anexa al
ayuntamiento, su fundación data del siglo I aC,
cuando un grupo de soldados pertenecientes a una legión romana que
pasaban por allí cerca, se vieron sorprendidos por el ataque de unos
feroces guerreros quienes, despreciando sus brillantes corazas, la
impenetrable estrategia de formación de tortuga que tantas victorias
les había otorgado y los ridículos plumeros rojizos que coronaban
sus cascos, al grito de “Itálicos
go home”
y “Sus
vamos a crujir toos los huesos”,
cargaron contra ellos armados con gruesos garrotes de madera de
encina.
Obviamente,
resulta innecesario decir que tan solo un minuto después, los
valientes guerreros Cabriteños yacían muertos en el campo de
batalla, pero no así sus esposas, ahora unas desconsoladas viudas
que haciendo suyo el dicho de “A rey muerto, rey puesto”, se
apresuraron en “persuadir”
a los
atractivos soldados romanos para que se desposaran inmediatamente con
ellas en una multitudinaria boda.
Por
supuesto, estas buenas mujeres no eran tan tontas como para que ahora
que por fin se habían librado se sus… digamos rudos, digamos
vastos, digamos “guarretes” esposos, no darse un merecido
homenaje; por lo que tras celebrar los esponsales y la consiguiente
noche de bodas, al siguiente amanecer, cuando los primeros rayos de
sol se colaron a través de las ventanas, todos los romanos habían
sido degollados, pero no sin antes haber cumplido con los deberes
propios de todo esposo en su noche de bodas.
Así
que tras celebrar un emotivo funeral, las nuevamente afligidas viudas
arrojaron los cadáveres a los gorrinos (algunos asesores científicos
del presidente Trump mantienen que fue precisamente esa acción la
que dio comienzo al moderno reciclaje y que es por ello por lo que ha
de ser imitada a perpetuidad) vendieron sus armas y corazas a los
guerreros de una tribu cercana.
Por
supuesto, tal y como era menester, costumbre y más que nada porque
las gustaba más el fornicio que a un sacerdote Vetton los hongos
alucinógenos, las Cabriteñas cerraron el trato desposándose con
ellos y nueve lunas después, dieron a luz a los hijos que los
difuntos romanos les habían engendrado.
Lógicamente
no hay evidencia científica de ello, pero se sospecha que quizás
por ser medio Rómanos, medio Cabriteños, eran hermosos como los
primeros y brutos como los segundos, por lo que en cuanto estos
tiernos infantes alcanzaron la adolescencia, en un claro ejemplo de
que la mezcla de genes es vital para mejorar la la raza y, porqué no
decirlo, por sacarlos de casa de una puta vez, sus madres (nuevamente
viudas a causa de una misteriosa peste que mató a los borrachines de
sus maridos) les encargaron la misión de constituir la primera
unidad de combate acorazada del nuevo ejército Cabriteño, y
encomendándose al dios “Cosus”, dios de la guerra, la
meteorología y la virilidad (lo que viene siendo un dios multitarea
ya que lo mismo le achacaban un derrota, que el granizo o un
“gatillazo”) fueron
la primera unidad militar acorazada Cabriteña en abandonar
el pueblo en olor de multitudes (Sí, he dicho “olor y no “loor”.
Y no solo porque hubieran festejado su marcha con una cena a base de
alubias, sino también porque así lo manda el diccionario
Panhispánico) y al memorable
grito de “Per
cornibus meaes multi parentibus”
(que quiere decir algo así como: “Por los cuernos de mis muchos
padres”) salieron del pueblo con la misión de expulsar a los
invasores.
Y
aquellos primeros y aguerridos Cabriteños que usaron corazas para ir
al combate, también fueron los últimos Cabriteños en intentarlo
porque al cruzar el cercano río se les olvidó que el hierro flota
bastante mal. Vamos… que se ahogaron.
Pero
a pesar de su lamentable pérdida, el pueblo de San Cabritos
sobrevivió y continuó creciendo y adaptándose a aquellos gloriosos
tiempos de continuas invasiones, hambrunas, pestes varias y en los
que a nadie la preocupaba ni lo más mínimo si llegaría a
jubilarse. Más que nada porque la estimación de vida no iba más
allá de los treinta años (diez menos en San Cabritos) y sobre todo
porque no existía el concepto de jubilación.
Lo
cierto es que la dura historia de San Cabritos de Arriba había hecho
que incluso ahora, en nuestros días, los naturales del lugar tengan
una bien merecida fama de ser gente dura, de gustos sencillos y
despreocupados por las banalidades de las que tanto se quejan los
urbanitas y que carecen de todo sentido en aquel hermoso remanso de
paz.
Posiblemente
fuera por todo ello por lo que apenas se dio a conocer la situación
de alarma en todo el país, don Melitón, el orgullosos alcalde de
San Cabritos, decidió reunir a todos sus habitantes en la plaza del
pueblo para ponerles al corriente de las excepcionales medidas
adoptadas por el Consejo de Gobierno de la nación para poder
controlar la expansión de la pandemia, y de las aún más
excepcionales medidas que habían sido aprobadas por el pleno
municipal, el cual había decidido hacer gala de todo su poder para
evitar a toda costa que los Cabriteños y Cabriteñas sufrieran en
sus propias carnes los devastadores efectos de la epidemia.
Con
el propósito de que todos los habitantes pudieran verle y oírle,
don Melitón se subió a lo alto del atril que habían colocado en la
plaza del pueblo y tras darle un par de toques al micrófono del
aparato de karaoke que el ayuntamiento había comprado el año
anterior para uso y disfrute de los turistas durante las fiestas del
pueblo, y del propio alcalde el resto del año, comenzó a decir con
voz grave:
—Cabriteños y Cabriteñas, todos y todas. En
este infausto día de hoy, es mi deber como edil que soy de este
nuestro pueblo, poner en conocimiento de todos los convecinos el que,
según hemos entendido en el parte de la radio, porque ya sabéis
todos que el repetidor de televisión todavía sigue “escoñado”,
ha dicho el señor delegado del gobierno de... no sabemos bien de
dónde porque tampoco lo hemos podido entender por culpa de las
interferencias, pero lo que sí hemos captado es que por pena o por
desgracia, la lógica aplastante de la actual coyuntura de la mierda
peste esa que anda suelta por ahí fuera, obliga a todos los
españoles, y por ende aún mucho más a nosotros, los Cabriteños (y
Cabriteñas) a la ley marcial…
—¡Presente
y arriba España! —gritó una voz surgida de entre “la multitud”
—Que
no, Marcial... no me seas cazurro que no te estoy mentando a ti, si
no a la ley.
—Ah…
pues perdone y continúe usted, señor alcalde.
—Vale.
A ver que me he perdido… —murmuró
ajustándose las gafas para revisar los dos folios que llevaba con
él.
—Ah,
si… por aquí. Pues eso, que como
iba diciendo antes de que me interrumpiera el Marcial…
—¡Presente
y arriba España!
—¡¡Que
te calles ya, cojones!!
—Usted
perdone, vuecencia, que es que me he vuelto a liar.
—Nada,
no pasa nada. Continúo con lo que estaba diciendo que eraaaa…. Ah,
sí; que según la Ley mar… para evitar más interrupciones y que
nos entendamos todos, vamos a llamarla “Ley de Jaleo de los
Gordos”. Pues a lo que iba, que esa ley nos obliga a todos nosotros
y también a los que no somos todos nosotros, al confinamiento total
hasta nueva orden o hasta que toque recoger la remolacha, lo que
primero sea que llegue; así que por lo tanto, se ha declarado el
estado de Ley Mar… los huevos... de Jaleo de los Gordos, en todo el
territorio nacional. Que eso para los que seáis un poco cortos de
entendederas… ¡Gervasio! ¡Atiende que esto va por ti!
—¡Entiendo
señor alcalde, entiendo!
—Na,
tú que vas a entender socenutrio. si es que además de estar más
sordo que un radiador, te faltan “entendederas” y de donde no hay
no se puede sacar... pues nada. Que entonces va para todos los demás;
así que como iba diciendo, eso viene a querer decir que a partir de
ahora, sin un permiso firmado por las autoridades, o sea el señor
cura y yo mismo, no entra ni sale del pueblo ni Dios. Y eso incluye a
todos los madrileños que suelen venir los fines de semana a comer en
Casa Paco…
—¡Coñó,
Melitón! ¡Qué me jodes el negocio! —protestó éste llevándose
las manos a la cabeza en un gesto de desesperación debido a que los
madrileños, eran precisamente quienes mejor caja le dejaban.
—Y
yo soy
plenamente consciente de ello, Paco. Pero es que de verdad que dadas
las complicadas circunstancias por las que atraviesa el país, al
consistorio en general y a mí en particular como cabeza visible y
guía de él que soy, no nos queda más remedio que reiterarnos en lo
ya dicho. Y por si a alguien no le queda claro voy a puntualizarlo
bien: ¡Esto vale para todos los madrileños! ¡Para los tres! Pero
una cosa te voy a decir, Paco. Tú no te preocupes que el gobierno ha
dicho que va a habilitar unas ayudas especiales para que las pequeñas
y medianas empresas puedan sobrellevar el coste del cierre temporal
de la actividad económica y como nosotros, es decir el ayuntamiento,
en el fondo no somos más que un apéndice del gobierno central, para
abreviar la cosa e intentar chupar un poco más del bote, ya hemos
hemos preparado una carta oficial que le daremos a la cartera cuando
la semana que viene se pase por el pueblo, para que ella misma la
entregue en mano en la sede central de la Unión Europea… allá
dónde sea que esté colocada y que para mí que debe caer entre
Suiza y Alemania del Este. Porque hemos estado mirando un mapa de
Europa que había en la vieja escuela y trazando un par de curvas con
el compás, pues las líneas se nos juntaban más o menos por ahí.
Pero que ya te digo que no hay miedo de que se pierda porque vamos a
enviarla con acuse de recibo.
A
lo que iba yendo: que el ayuntamiento, dando ejemplo de solidaridad y
responsabilidad para con el tejido empresarial e industrial del
municipio, va a adelantar las ayudas económicas a las dos empresas
turísticas que hay en el pueblo y que básicamente son la casa rural
que tengo aquí al lado y el bar de Paco. Y por lo tanto, a mí mismo
me voy a abonar los seiscientos euros del alquiler mensual que voy a
dejar de ingresar durante el periodo de confinamiento y, al Paco, le
vamos a abonar el cincuenta por ciento de los costes de los seis
menús correspondientes al sábado y al domingo que dejará de servir
por la forzada ausencia “madrileñil” y que dado que el precio de
cada menú es de nueve euros por semana, y de veinte los fines de
semana que casualmente es cuando vienen los madrileños, pues la
ayuda total aprobada asciende a un total de doscientos cuarenta euros
mensuales que le serán adelantados por el ayuntamiento mientras se
extienda la ley Marcial…
—¡Presente
y arriba España!
—¡¡¡Me
cago en tu padre, Marcial!!! —estalló don Melitón— ¡Andate con
ojo que ya me están entrando ganas de mirarte el libro de familia
para ver si tienes antepasados madrileños!
—No,
señor alcalde. El único que tengo así un poco más lejano, es un
primo segundo que trabaja de ingeniero limpiaventanas en Suiza.
—A
huevo que me lo acabas de poner… ven… ven Marcial. No tengas
miedo que no te voy a pegar, si no todo lo contrario. En tu calidad
de operario municipal a jornada parcial que eres desde que el médico
dictamino que eras subnormal perdido cuando te pidió que le echaras
gasolina al coche y le prendiste fuego, cosa que por otra parte ya
sabíamos todos los del pueblo desde el día en que jodiste la mitad
de la producción de queso al pintarlos con “titanlux” para hacer
queso azul, te voy a hacer una encomienda muy importante y vital para
todos los Cabriteños y Cabriteñas de bien que habitamos y
cohabitamos en este nuestro pueblo —y volviéndose hacia los
asistentes, anunció:
—Se
hace un breve receso de cinco minutos. Podéis fumar pero que no se
marche naide todavía.
—Usted
dirá, don Melitón —dijo Marcial llegando a su lado.
—Toma
esto, mi buen y patriota convecino —dijo el alcalde entregándole
un sobre blanco plagado de sellos—. Como valeroso español que yo
sé que tú eres, te voy a encomendar la más importante de las
misiones y, ya de paso, mato dos pájaros de un tiro y te pierdo de
vista una temporadita, así que ahora mismo te coges la furgoneta
del ayuntamiento, vas con ella a la gasolinera de la carretera
general y le llenas el depósito hasta que rebose. A continuación,
como dentro de ella habíamos cargado un depósito de agua que iba a
colocar en el huerto para regar los calabacines, pues aprovechas que
está vacío y te lo llenas también. Y ya después, cuando hayas
acabado, le dices al gasolinero que te lo cargue todo en la cuenta
del ayuntamiento de San Cabritos de Arriba, le preguntas por adónde
se va a Suiza y sin pararte pa nada que no sea de vital importancia,
le llevas esta carta a tu primo, que como dices que es ingeniero pues
seguro que allí conoce a mucha gente y ya se sabe que para estas
cosas, a cuanta más gente conozcas pues mucho mejor.
—¡A
la orden de vuecencia y del pueblo de San Cabritos de Arriba! ¡Gloria
a Dios y a España! —exclamó Marcial, con orgullo— Pero una cosa
que le digo… ¿y para las dietas de lo que viene siendo el pernocte
y la alimentación?
—Para
eso, en cuanto acabe la reunión te pasas por Casa Paco y le dices de
mi parte que te entregue un par de mantas de las gordas y que te meta
en una olla bien grande los menús que le vamos a pagar y que no va a
servir.
—¿Y
los postres? Es que no se yo cómo sabrá la tarta de la mujer del
Paco cuando se mezcle con la grasa del potaje
—¿Pero
es que a ti te gusta la tarta?
—En
realidad es que yo siempre he sido más de helado de chocolate.
—Pues
entonces le dices que ha ordenado el alcalde que en vez de echarte la
tarta en la olla, que te eche el helado ¿mejor así?
—Sí,
señor alcalde. Hay que ver que gran corazón y entendederas tiene
usted. Que Dios todopoderoso le bendiga a usted y a toda su familia.
—Pues
hala majete. Venga, date prisa que cuanto antes salgas, antes
regresas.
—Y
ahora que lo dice... pues otra cuestión que se me acaba de venir a
la cabeza, ¿sabe usted como cuánto tiempo más o menos me va a
llevar el encargo? Es que yo mañana tenía que ir a regar.
—Tú
lárgate de una puñetera vez, no te preocupes por nada y echa el
tiempo que tengas que echar; que de regarle el huerto a un vecino que
ha sido enviado en misión oficial, ya se ocupa el ayuntamiento
—insistió entregándole las llaves de la furgoneta y volviendo a
subir al estrado.
—¡Se
acabó el receso! Apagad sus cigarrillos y colocar las boinas en
posición horizontal que se está levantando un poco de brisa y lo
mismo acabáis todos corriendo tras de ellas. A ver, cómo
iba diciendo antes de mandar al Marcial a…
—¡Presente
y arriba España!
—¡¡A
tomar pol culo, Marcial!! ¡Quedas exento de asistir a esta reunión,
así que sal cagando leches del pueblo y vete a entregarle la puta
carta a la Comisión Europea! —y
acercándose al oído del cura, le murmuró—: A
ver si de paso tenemos un poco de suerte y su primo le coloca a
trabajar en algún sitio… o le tira del andamio abajo, que en el
fondo lo mismo me da.
En
cuanto el pesado de Marcial abandonó la plaza, el alcalde recompuso
el gesto, y continuó con su discurso:
—Creo
que me había quedado en que esta ley Mar… bueno, ya sabéis a
cuala me refiero que no me fio de que ese mangurrían entovía me
pueda escuchar. Pues eso, que
hasta que el señor secretario del gobierno… u otro que mande
similarmente nos avise de lo contrario, queda vetada la entrada de
cualquier madrileño a lo que viene siendo el municipio y por lo
tanto, desde ahora se les pasa a considerar “personas non ratas”…
que la verdad es que yo no le veo mucha enjundia a la frase porque
por mu feos que sean, tampoco considero que sea necesario destacar
las diferentes diferencias que nos diferencian. Pero que como está
en los libros, pues yo la digo que para eso es la obligación de todo
edil ser leal a las leyes, a la santa madre iglesia y a la patria…
por donde cojones iba yo… ah, sí. Para abreviar, que a partir de
ahora mismo el único madrileño bueno es el que se queda en su puta
casa, asín que si lo veis por el pueblo, pues eso quiere decir que
es malo y lo matáis. Asín, si más. Pero eso sí, recordad que
tenéis que hacerlo sin rencor y sobre todo sin refocilarse en ello
que luego llegan las vacaciones y tampoco hay que crearse mala fama,
por lo que para asegurarnos de que naide disfrute con la muerte
ajena, vamos a establecer férreas medidas de control para
asegurarnos de que todo se hace según la jurisprudencia
municipal;
es decir, que vamos a colgar en el tablón de anuncios del
ayuntamiento una pizarra en la que iremos apuntando el número de
madrileños que vayamos matando cada uno de nosotros para asegurarnos
de que haya equidad en el número de muertos y sobre todo paridad
¡Por amor de Dios que os lo pido! ¡Vigiladme bien eso de la
paridad! ¡Hay que procurar matar el mismo número de madrileñas que
de madrileños! ¡Que si no, lo mismo se nos monta en la puerta del
ayuntamiento una manifestación de esas chavalas tan gritonas… ya
sabeis, coime. De esas que como no tienen ni pa comprar pancartas se
pintan los eslóganes en las tetas. Y ya sus imagináis la que se
puede montar como el señor cura, aquí presente a mi lado, las pille
por ahí en bolas...
—¡Las
excomulgo a todas ellas y después las meto en la iglesia y las azotó
hasta que se desnuden de su pecado! —exclamó con los ojos a punto
de salírsele de las órbitas y aferrándose con ambas manos al
micrófono—¡Y después sigo azotándo sus culitos… sus tetitas…
y sigo… y sigo…
—Ya
padre, ya está bien que se me pierde usted en divagaciones que ahora
están fuera de lugar y de contexto —le recriminó el alcalde
apartando bruscamente al cura del atril y ocupando nuevamente su
lugar ante el micrófono—. Y una vez dicho esto, le doy la voz al
pueblo omnipotente y paso al consultorio de los ruegos y preguntas…
a ver, Gervasio ¡Qué coño quieres preguntarme que ya hace rato que
te veo con la mano levantada!
—Que
digo yo señor alcalde, que cómo vamos a estar seguros de que los
forasteros que vengan son todos madrileños… y madrileñas: y que
por poner un ejemplo pues no son de otro sitio igual de cosmopolita
como por ejemplo, yo que sé… Cáceres.
—Buena
pregunta Gervasio, si señor. Vamos a ver; lo primero es ser educados
que para eso son turistas que vienen a dejarse al pueblo sus buenos
cuartos, así que con mucha educancia les preguntáis de dónde son,
y si os dicen que vienen de la capital del reino, pues entonces les
ofrecéis una cuñita de queso, unos embutidos y un vasito de vino
por cortesía del ayuntamiento; a continuación les cobráis los
treinta euros de rigor para el mantenimiento de la riqueza
patrimonial, histórica y cultural del pueblo y una vez embolsado
el donativo, pues ahí sí, ahí ya les dais matarile.
—Vale,
si eso de matar madrileños lo entiendo, pero yo lo que digo es que,
¿qué tenemos que hacer con los que no sean de Madrid?
—Básicamente
lo mismo, pero con la diferencia de que a estos les cobráis primero.
Que no vaya a resultar que sean catalanes independentistas porque ya
sabemos todos que esos, con el cuento de que son poco españoles, lo
mismo consiguen una bula papal o de la ONU y se nos escapan vivos,
con el queso, los chorizos y encima sin pagarnos ni un duro.
—Vale.
Otra pregunta que tengo, pero esta vez para el señor cura —insistió
el Gervasio.
—Pero
hay que ver lo pesaico que estás hoy… hala, señor cura. Pa usted
es el turno.
—Muchas
gracias, señor alcalde —y acercando la boca hasta rozar la esponja
del micrófono, preguntó—: Pregunta sin miedo, Gervasio.
—Que
es que me preocupa a mí el que el hecho de que andar matando
forasteros, pueda acabar repercutiendo en lo que ya llevamos cotizado
para cuando vayamos a ir pal cielo, y que digo yo que tampoco es
cuestión de andar jugándonos a lo tonto la jubilación eterna.
—Hummm…
a ver. En realidad, como esto del matar lo haremos por el bien común,
pues no afecta a la cotización como si fuera solo por el bien propio
o el refocile, pero quieras que no quieras, los forasteros que sean
cristianos pues por poco que sea siempre nos van a restar puntos
—reconoció con aire pensativo.
En
ese momento, el alcalde le susurró algo al oído, se apartaron del atríl y tras un ratito de encendido debate en voz baja, el cura
regresó al micrófono.
—Tras
una negociación con aquí el señor alcalde, ambos dos hemos llegado
a la conclusión de que dado que sus muertes son buena cosa para
todos, vosotros podéis matarlos tranquilamente y será el
ayuntamiento el que abone a la santa madre iglesia el debido pago por
cada indulgencia, el cual será de cincuenta euros por cada vez que
incumpláis el quinto mandamiento y que yo mismo usaré en limpiar
vuestras almas del pecado mortal.
—Vale,
señor cura; pero otra cosa que se me ocurre…
—¡Hala!
¡Vete a tomar un poco pol culo tu también, Gervasio! —exclamó
don Melitón— ¡A ver si te vas a creer que no tenemos otra cosa
que hacer en todo el día más que pasarnos horas y horas
respondiendo a todo lo que se te pase por debajo de la boina. Mira...
una cosa que se me acaba de ocurrir. Que ya que se te ve tan
interesado en todo esto, te coges la escopeta, cierras bien cerrada
la puerta del pueblo, te subes a la muralla y vigilas que no entre ni
salga nadie que no deba hacerlo, y con ello te incluyo como el
primero de la lista al cabrón del Marcial…
—¡Presenteeee
y arribaaaa Españaaaa! —se escuchó a lo lejos.
—¡¡¡Me
cago en San Dios y la puta tía Hilaria!!! ¡¡¡Se acabó!!! ¡¡¡Voy
a por la escopeta y me apunto uno en la pizarra!!! —rugió el
alcalde bajando a la carrera del atril y abriéndose paso a empujones
mientras le daba al cura un billete de cincuenta euros y le
encomendaba que se ocupase de despejar la plaza.
—Pues
ya sabéis… —dijo el cura para cerrar el discurso—. Que cada
uno vaya a cumplir cristianamente con sus labores; que matéis muchos
forasteros y sobre todo: ¡Viva España! ¡Viva el rey! ¡Viva la
Santa Madre Iglesia! ¡Y viva el falo incorrupto de nuestro patrón
San Berrancio!
Ufff, estoy deseando ver las aventuras que se van a correr los cabriteños , especialmente Marcial que ya le he cogido cariño XD.
ResponderEliminarSeguro que será una historia fascinante.
Mucho animo Jefe , estamos deseosos de leerlo.
¡Acaba de salir del horno! Vamos, de hecho es que como amazon está sufriendo retrasos de publicación por el COVID, va muy lento y todavía no están los enlaces definitivos de amazon, pero ya he dejado en el nuevo "post" un primer enlace a la página de amazon.
Eliminar¡¡¡SUERTE y MUCHA MUNICIÓN!
Yo acabo de empezar a acercarme al mundo de Granda y veo que tiene varias sagas y me gustaría tener una guía, para sumergirme en estas sagas de forma ordenada
ResponderEliminarPara cuando saldrá la segunda parte? Estoy a punto de acabar me infernum y me pone de los nervios no tener la segunda 😂😂👍👍
ResponderEliminar¡ESTÁ SALIENDO AHORA MISMOOO! Todavía no están los enlaces definitivos de Amazon, pero acabo de comprobar el de Amazon.es y ya está disponible.
EliminarLo he puesto en el nuevo "POST"
¿Nervios? Pues prepárate para lo que te aguarda en esta segunda parte... brutal!!!